Dicen que nadie es profeta en su tierra, pero me atrevería a decir que Yucatán admite excepciones. O al menos así lo he leído, por ejemplo, desde la Profecía del Chilam Balam, aparecida como epígrafe en el Canek, de Ermilo Abreu Gómez: “no hay verdad en las palabras de los extranjeros”, y así también lo he escuchado desde mi infancia en boca de mis abuelos, vecinos y un sinfín de pobladores de distintas ciudades y pueblos en Yucatán con los que me encontraba, en referencia a la moderna invasión wach (fuereña) tan irritante para los originarios de la península. Me pregunto si yo mismo seré visto como un extranjero en la tierra donde nací, pues estudiar y ahora trabajar en la capital del país, comer y probar sabores distintos, respirar aire contaminado, aprender a sobrevivir y, quizás, adoptar costumbres chilangas (como sospechar automáticamente del otro) no sé si genera desconfianza en la comunidad yucateca sobre mis intenciones de, eventualmente, regresar a mi tierra del faisán y del venado, aún con mis orígenes mayas, pero como extranjero con palabras deshonestas. Mi sentido de pertenencia, al estar en juego por poder distorsionarse con el tiempo y la distancia, lo he tenido que adecuar a uno que me permita ostentar con orgullo mis modismos y frases yucatecas, anhelar el regreso  o la visita sin menoscabar los nuevos descubrimientos manifestados en personas, lugares, sabores, olores, gestos y personalidades, así como siendo, aunque sea para mí mismo, un emisario de la cultura que me ha dado mi familia, mi cariño y la geografía: principalmente, he podido mantener esa ilusión mediante la lectura de textos literarios de origen e influencia mayas.

Así pues, la gran cultura maya y lo que se ha conocido de ella a través de los siglos mantiene despierto el interés en distintas latitudes y regiones del mundo, en buena medida, como lo es en mi caso, por la riqueza de su literatura originaria. Vista como una manifestación creativa, la literatura resulta un valioso testimonio del acontecer individual o colectivo de lo humano: es, en esencia, una expresión viva de lo real y de lo fantástico, de lo histórico y de lo ficticio, de los problemas que aquejan al ser humano y de las maravillas que lo mantienen vivo y esperanzado.

Los numerosos estudios sobre la cosmovisión de los mayas y las diversas obras historiográficas y antropológicas que analizan la producción artística mayista en sus muchas manifestaciones –poesía, pintura, arquitectura, astronomía–, sirven de inspiración para resaltar ciertos puntos clave en la literatura de origen maya que, en lo general, describen la esencia de su pensamiento cosmogónico durante la época prehispánica. Por supuesto, una tarea como esa resultaría inacabable en tanto que existe un sinfín de tela de dónde cortar. En estas simples líneas únicamente se pretende realizar ciertos apuntes acerca de lo que ha podido significar la literatura maya yucateca, tanto para el legado cultural e ideológico de la descendencia maya, como para quien escribe estas líneas. Esto último, si acaso, como un acto de curiosidad ante los recuerdos, pensamientos y deseos más sinceros para el lugar que me vio nacer y en donde vive mi familia.

Este esfuerzo de concisión intentará no caer en la dinámica de muchos de mis contemporáneos que, en su interés por explicar el mundo maya, han generalizado nociones del ambiente yucateco peninsular como el de un entorno “pacífico”, al punto de haber sido mitificado superficialmente como un lugar paradisíaco para vivir en la actualidad. Con ello solamente se ha demeritado la integridad histórica regional, cargada de injusticias, luchas y reivindicaciones por parte de la civilización maya que, precisa y afortunadamente, ha sido registrada en textos literarios e históricos invaluables. Así, en ese intento, sirvan al menos estos párrafos de tributo al valioso patrimonio cultural y humano de quienes han leído, pensado, escrito y soñado en maya.

El interés por las letras mayas: un breve recorrido histórico

El atrevimiento por recuperar la palabra y el pensamiento antiguo de las culturas mesoamericanas comenzó seriamente en la segunda mitad del siglo XIX, y podría decirse que tuvo su auge, apenas, a mediados del siglo XX. En su haber investigativo, don Miguel León-Portilla desarrolló interesantes estudios acerca de las literaturas mesoamericanas en un plural deliberado, dado que, a pesar de sus similitudes y evidentes influencias, no existió una sola literatura, sino varias, en el espacio sociocultural de Mesoamérica: cada una con sus rasgos, estilos y objetivos especiales (León-Portilla 13). Para él, estudiar los textos literarios de dichas culturas es acercarnos al reflejo que estos son “de sus diversas formas de sensibilidad y pensamiento, de sus creencias y aspiraciones y, en una palabra, de su historia” (León-Portilla 13).

En el caso concreto de la literatura maya, a pesar de lo mucho que no pudo recuperarse de la destrucción traída por el paso del tiempo, la negligencia humana o el propio destino, se conservan textos de gran riqueza intelectual y cultural que testifican procesos históricos de la invasión española y el mestizaje, o aspectos técnicos medicinales, astronómicos y calendáricos. Como parte imprescindible de las investigaciones mesoamericanas sobre las creencias de los mayas se encuentra la producción historiográfica de la Dra. Mercedes de la Garza, de la cual particularmente el breviario El legado escrito de los mayas representa una fuente primordial en el entendimiento de la diversidad del legado literario de esta grandiosa civilización. En dicha obra, la autora distingue las agrupaciones político-culturales de los mayas, esparcidos territorialmente desde la península de Yucatán y partes de Chiapas, hasta las tupidas selvas que abarcan los actuales países centroamericanos de Guatemala, Belice, El Salvador y Honduras (De la Garza 14). De tal manera, la clasificación de los pueblos mayas con sus respectivas costumbres, ligeras variaciones lingüísticas y procesos de desarrollo histórico, encuentran en la expresión artística, literaria y científica un común denominador: un registro progresivo de su historia contada en ritos, tradiciones, eventos y personajes a través de tres mil quinientos años (siglos XVIII a.C. – XVI d.C.). Estas creaciones mantienen en el fondo un interés especial por la condición humana y su acontecer en relación con lo natural, lo divino y lo mitológico, cuestiones que, dicho sea de paso, permiten a la civilización maya destacar por sobre las demás1

De los propios registros textuales y arqueológicos se desprende el recorrido histórico que los mayas tuvieron, desde su proliferación en tierras selváticas hasta su desarrollo agrícola, que eventualmente se tradujo en la instauración de centros urbanos con cada vez mayor sofisticación arquitectónica e interconexión comercial. Con ello, además, vinieron las necesidades administrativas, satisfechas por una gobernabilidad basada en linajes familiares, y sustentadas en una ceremoniosidad religiosa y alianzas político-militares, potencializadas con su conocimiento científico en ramas como la astronomía, la matemática o la medición del tiempo. En el menjurje cultural resultante, se obtuvo contacto con civilizaciones provenientes de otras latitudes, que progresivamente permitió la influencia de unas con otras para la introducción de nuevas deidades y, con ellas, la necesidad de expresión y registro tangible del acontecer, del sentir y del pensar en el mundo maya. No por nada, a la llegada de los invasores españoles, estos se encontraron con una resistencia no vista en otras civilizaciones que les permitieron a las poblaciones mayas, parcialmente favorecidas por las condiciones geográficas o topográficas de la cuenca del Petén, resistir un par de siglos más y así, hasta recién finalizando el siglo XVII y entrando el XVIII, postergar el sometimiento (De la Garza 24).

Sin embargo, la destrucción, resquebrajamiento y opresión inminente de la cultura e identidad maya pasó a convertirse en una imposición de lo colonial y, consecuentemente, devino en un aislamiento y desdibujamiento de lo originalmente maya para las nuevas configuraciones poblacionales. Desde entonces, y a pesar de lo anterior, se ha impulsado una lucha incesante por la tierra y el sentido de identidad en la cual, por fortuna, la escritura de los mayas existe y funge como estandarte de esperanza. La necesidad de descifrar las expresiones gráficas en caracteres jeroglíficos, y luego traducirlas a caracteres latinos para su mayor accesibilidad, conservación, entendimiento y lectura, se exacerba en la medida en que ello sería fundamental para mantener una imagen viva de los mayas no solo como “creadores de una dinámica vida política y una compleja sociedad, sino también como poseedores de una profunda conciencia histórica” (De la Garza 24).

Así pues, vale la pena recordar lo quizá ya intuido: el sentido de los textos mayas de esta índole –y, en general, de las culturas mesoamericanas– puede ir en distintas direcciones. Sin embargo, en lo abstracto, comulgan en tener como propósito narrar los mitos cosmogónicos o del origen de deidades y de héroes trascendentales, que se manifiestan mediante poemas con tintes religiosos o líricos, o bien buscan salvaguardar las crónicas del devenir histórico. Ambas cuestiones tienen como trasfondo consejos que, en su hermosa prosa, dejan entrever la sabiduría y la lección ancestral de una civilización. Todo esto, por supuesto, demostrando que dichos textos y composiciones están revestidos de un valor literario catalogado bajo el estilo de preciosismo (León-Portilla 260). Por nuestra parte, la meta debiera ser identificar la esencia del pensamiento y la cosmovisión maya más allá de los convencionalismos o de las ideas fabricadas a partir de los estudios existentes en la materia; descubrir por nosotros mismos el valor literario y humano de las composiciones indígenas, en relación con la historia de sus pueblos y de su gente (León-Portilla 50).

Con eso en mente, no resulta del todo descabellado ligar diversos procesos y acontecimientos históricos de los pueblos mayas contemporáneos, como los derivados de la lucha por restaurar los espacios y características de su identidad sociocultural, con la producción literaria mesoamericana: la literatura ha servido, además de como pegamento social en lo comunitario e identitario, como bagaje cultural y una influencia directa en la manera en que se abraza la realidad.

A manera ilustrativa, el Popol Vuh y los libros del Chilam Balam son dos de las obras más importantes de la tradición literaria y espiritual de los pueblos mayas y, por tanto, reflejan la cosmovisión desde temas fundamentales para el ser humano, en lo individual y colectivo, tales como la vida, la muerte y el ciclo eterno del universo, o, incluso, el arraigo espacial y el sentido de pertenencia hacia un terruño. El Popol Vuh, conocido como el “Libro del Consejo” y apodado en ocasiones como la Biblia maya, consiste en un texto sagrado perteneciente originalmente a los quichés, un pueblo maya guatemalteco. Transmitido desde la tradición oral, fue transcrito en el siglo XVI con caracteres latinos, apenas en las décadas posteriores a la llegada de los españoles. Dicha obra, entre otras cuestiones, narra la creación del mundo, las aventuras de héroes culturales y simpáticos, e incluye la genealogía de sus gobernantes. El texto está dotado de un valor literario, pues contiene una profunda conexión entre mayas, deidades y naturaleza, por ejemplo, en las referencias al maíz como sustancia esencial, creadora y conservadora de la vida humana. Por su parte, los libros del Chilam Balam, significan en su integración uno de los más importantes registros literarios de los mayas, en tanto son una colección de textos mayas yucatecos escritos durante la época colonial, particularmente entre los siglos XVII y XIX. Los libros “pertenecían” a distintas comunidades mayas, emanaban de ellas, como un Chilam Balam de Chumayel, de Tizimín, de Tekax, de Ixil, por mencionar algunos. Los textos contienen aspectos mitológicos, rituales, medicinales, proféticos e históricos de los mayas, en una mezcolanza entre lo indígena con lo cristiano. 

Obras literarias mayas como el Popol Vuh o los libros del Chilam Balam por su belleza textual y poética, o bien por su significancia histórica, son referentes indispensables en el estudio de la idiosincrasia, la cosmovisión y las tradiciones mayas. Asimismo, han sido la base sobre la cual en siglos más recientes se han concebido obras de igual talante, si bien más modernas, que logran congeniar el pasado indígena con el desarrollo histórico –a veces solemne, casi siempre doloroso– del proceso de mestizaje y colonización para la población de la región del Mayab. Pensemos para ello en escritores de la talla de Ermilo Abreu Gómez y su Canek, que manifiesta pulcramente el dolor de los mayas oprimidos y la fuerte necesidad de sentirse libres a pesar de ser explotados, pero también describe la belleza de un cielo despejado y el sentimiento de agradecimiento por el aroma húmedo de la tierra o por la sombra que obsequian las ceibas. En el mismo lugar idílico pueden encontrarse los cuentos de Alfredo Barrera Vázquez, con los cuales, en concordancia con los trabajos de investigación paleográfica, epigráfica y arqueológica del autor, el interés por los estudios mayas especializados se hubo regenerado y ha logrado perdurar en el tiempo, desarrollando así una literatura que ahora viaja con el adjetivo de yucateca.

Aspectos culturales en el legado de la literatura maya

Las literaturas mayenses también abordan como parte de la cosmovisión maya a la vida y la muerte dentro de un ciclo interconectado de transformaciones. Estas nociones vertidas en textos literarios tan estudiados podrían interpretarse como formas de darle sentido a las decisiones trascendentes de una vida, o a la ausencia de miedo respecto a la muerte, y, en general, el contemplar la vida como una manifestación de lo divino. Por ejemplo, si bien en los textos literarios de referencia no se habla abiertamente del suicidio, desde un marco cultural específico podemos esbozar ideas que nos brindan un acercamiento a la noción de que, para los mayas, la muerte se trata de una mera transición en el ciclo de la vida, y que la población, sorprendentemente hasta nuestros días, toma esas ideas como legado cultural, incluso si no son enteramente ciertas.

Esto es de particular pertinencia, en la medida que, para las actuales poblaciones de la península de Yucatán, en donde todavía se encuentran comunidades mayas habitando espacios cada vez más marginados y recónditos, se vive con la creencia, basada en estadísticas, de que “es más probable morir por decisión propia que en manos de otra persona” (González 18-20). Para mucha gente, la influencia cultural de tales creencias es tan fuerte que pareciera que el quitarse la vida, agacharse, se torna una cuestión tan intrínsecamente maya (incluso regional del sureste mexicano), que ha habido necesidad de desmitificarlas a través de estudios arqueológicos, epigráficos y hasta gramaticales de fuentes primarias2. Esto es una señal de la gran influencia que tienen los productos literarios y gráficos de los mayas incluso en generaciones contemporáneas, al mismo tiempo que da luz sobre los nuevos avances e interpretaciones que puedan existir en los estudios sobre dichos textos y obras, y lo que falta por descubrir.

Otro aspecto importante que puede destacarse entre los textos literarios de los mayas, son los valores familiares tradicionales, rasgo cultural de igual manera popularizado y acogido por los habitantes de las regiones del Mayab: cuestiones tales como la continuidad genealógica y su papel en la vida espiritual. En ese mismo sentido, las historias de los ancestros tienen un papel crucial en preservar la identidad y cohesión de la comunidad. Un ejemplo es la referencia al conocimiento ancestral como guía para las generaciones futuras: la transmisión de valores y enseñanzas entre generaciones se considera un deber familiar y espiritual, e incluso es posible observar, entonces y actualmente, la fuerza de la unidad familiar como fuerza transformadora y como garante de la continuidad cultural.

Para extrapolar dichas ideas al plano de lo práctico y lo tangible, en un estudio intercultural realizado a finales de la década de 1960, la antropóloga estadounidense Mary L. Elmendorf, fiel interesada en la vida de las comunidades indígenas mayas, analizó detenidamente el comportamiento de las mujeres y las familias en poblados del centro-poniente de Yucatán, concentrándose en sus filosofías de vida y su carácter ante situaciones de cambios económicos, políticos y sociales de gran magnitud: el famoso enfrentamiento del progreso vs. la tradición. Elmendorf observó una íntima relación de los individuos con la naturaleza, sus parcelas, sus actividades económicas como la artesanía, las labores domésticas, las festividades locales influenciadas por dioses y fuerzas prehispánicas combinadas con santos y símbolos cristianos, o bien, su respeto y solemnidad con la institución del matrimonio y el dinamismo entre miembros familiares. Esto es, tal y como aprendieron de sus abuelas y abuelos, de lo relatos ancestrales y del alma de sus antepasados; tal y como indican las escrituras (Elmendorf 164). Como un auténtico lápiz sobre un lienzo, las entrevistas fueron dibujando lo que en muchos casos se denomina la “idiosincrasia yucateca”, en las más hondas raíces del maya y, sin embargo, no faltó ni falta el miedo por pensar qué tiene deparado el futuro para esas comunidades ante la llegada del “desarrollo” económico y turístico. Y es que lo anterior no se aleja de la realidad que día a día atraviesan los habitantes de la península: una nostalgia por los espacios, el tiempo y la identidad; los despojos se hacen la norma y la pérdida se torna inevitable. Por ello, existe una especie de conciencia que ha buscado enmarcar las raíces mayas como un orgullo de la región cuando, en los hechos, se está llevando una guerra contra el olvido (Rejón 25).

La literatura como expresión de identidad

Es precisamente en esta noción cosmogónica que el análisis sobre cómo nos relacionamos con el mundo, o en mi caso individual, en cómo hacer algo desde la distancia respecto de la pérdida lenta, pero constante, de identidad y espacios auténticamente mayas en la península, encuentra una posible solución –sin embargo, no absoluta– en algo simple, pero necesario: la lectura y la difusión del conocimiento originario. Verdaderamente, tal manera de relación con el tiempo y el espacio se aprecia mejor desde la contemplación de las expresiones artísticas de las comunidades, pues es en ellas en donde está depositada el alma humana. Ha sido un constante aprendizaje el hecho de que, efectivamente, la literatura existe para que vivamos muchas vidas o al menos para que vivamos mejor la nuestra. En el caso de la literatura maya, es evidente que sus enseñanzas, consejos y expresiones retumban en la vida de quienes experimentaron a través de dolores, llantos y sonrisas la búsqueda por la identidad, la cual se facilita con la expresión de la palabra.

A quienes nos sentimos sus auténticos legatarios por haber nacido, crecido y amado en tierras del Mayab, pero que nos dista la ubicación geográfica, en ocasiones sentimos que no se logran cuajar los sentimientos y el orgullo de tener orígenes indígenas mayas. En un choque cultural en el cual color de piel, rasgos, acento e incluso forma de pensamiento son los elementos que llegan a determinar el bienestar personal de uno, es la lectura de cuentos, leyendas, novelas, textos históricos y códices de origen maya la que me hace ver y recordar que lo yucateco no cabe en un tazón de sopa de lima ni es posible expresarse en la rima de una bomba.

El dolor y la alegría de los mayas, como de otras civilizaciones, pueblos y culturas, se comparte en su prosa, su poesía, su mitología y su historia. Leer y difundir su literatura, entonces, da pauta para crear nuevas maneras de apreciar su humanidad, así como de procurar un mejor entendimiento del mensaje que buscaban transmitir. En palabras del multicitado León-Portilla, “quien con genuino sentido humano recoja y estudie ese mensaje podrá descubrir… no solo un eco de los tiempos antiguos, sino también mensajes con sentido nuevo”, puesto que “hablan en ellos hombres que descienden de un pueblo conquistado, que vive hoy día en un mundo de contrastes y violentos choques culturales” (León-Portilla 261).

Ante ello, queda seguir apreciando y discutiendo sobre lo que la gente estudiosa tenga por descubrir y reenseñar sobre las literaturas precolombinas, pero igual o más importante, queda escuchar lo que quienes heredan esa cosmovisión o la hacen suya tengan qué decir al respecto, respetando sus tiempos y espacios, y así leer entre líneas su corazón. Si es cierto que la literatura expresa lo indecible y lo inexplicable del viaje individual que es conocernos mejor a nosotros mismos, ahora entiendo la razón por la cual, desde mi buró en la Ciudad de México en donde vivo, trabajo y estudio, me miran ansiosas por ser leídas las Leyendas y consejas del antiguo Yucatán en donde Don Ermilo le escribe una dedicatoria a su amada Doña Margarita, que a muchos nos hubiera gustado escribir: 

Aquí tienes, Margarita, las historias que te prometí. Unas me las contaron indios de mi tierra y otras las leí en crónicas de diferente época… Con ellas, como cosa de magia, se abrió ante mis ojos un mundo lleno de espíritus traviesos y burlones… Me he limitado a reunir las que me parecieron más bellas y más significativas y a reescribirlas como Dios me dio a entender, es decir, con sencillez, decoro y un poquitín de inocencia. Consérvalas como un recuerdo mío.

Referencias

Casares Contreras, Orlando J. y Dámaris F. Estrella Castillo. (2020). “Desmitificación del contexto cultural del suicidio entre los mayas prehispánicos”, Cuicuilco Revista de Ciencias Antropológicas, pp. 235-255.

Elmendorf, Mary L. (1972). La mujer maya y el cambio. Secretaría de Educación Pública.

Garza, Mercedes de la. (2012). El legado escrito de los mayas. Fondo de Cultura Económica.

Gómez, Ermilo Abreu. (2011). Canek. Secretaría de Educación del Estado de Yucatán.

González González Durán, Julio. (2021). Autopsia del suicidio en Yucatán. Tesis de Maestría. CIDE.

León-Portilla, Miguel. (1984). Literaturas de Mesoamérica. Secretaría de Educación Pública.

Rejón, Katia. Tierra de Sol. (2024). Crónicas de una región hirviendo. Capulín Taller Editorial.

Notas al pie

  1. En la obra antes referida, Mercedes de la Garza presenta una “relación de los principales libros mayas”, de acuerdo con su origen autoral por población mayense: maya-yucatecos, chontales, quichés, cakchiquiles, tzutuhiles, mames y pokomchís. Además, lleva a cabo una clasificación clarificada de los mismos de acuerdo con su propósito y su contenido: literaturas míticas, proféticas, rituales, médicas, astronómicas, históricas, entre otras. ↩︎
  2. Me refiero particularmente al Códice Dresde, en donde existe una representación de la supuesta deidad del suicidio para los mayas. Aquí el artículo en cuestión: “Desmitificación del contexto cultural del suicidio entre los mayas prehispánicos”. ↩︎

Imagen tomada de México Desconocido.

Gustavo Alejandro Lara (Mérida, México, 2001). Abogado y estudiante de Historia. Ha sido publicado en Aion y Nexos. Sus intereses se centran en la historia social y jurídica en México, y en temas laborales y de seguridad social.

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